Para una historia del rumor: Los rumores a lo largo del reinado de Juan I de Aragón
A veces la Historia transita por caminos difíciles de rastrear y se mueve por lugares donde los mecanismos clásicos de análisis se muestran insuficientes. La Historia seriada, lineal, centrada en el devenir de los acontecimientos se nos presenta, muchas veces, como incapaz de ir más allá cuando ampliamos el foco de interés a ámbitos menos evidentes y el asunto requiere ensanchar los horizontes metodológicos. Pasó con el auge de los estudios sobre el imaginario, la cultura inmaterial, la gestualidad, el ritmo o el silencio. Campos donde el historiador tiene mucho que decir, si es capaza de encontrar la forma adecuada.
El estudio de los rumores a lo largo de la Historia entra de lleno en este ámbito. Como tales, los rumores son una experiencia comunicativa viva, rabiosamente enmarcada en el contexto histórico en el que surgen. Son, también y por encima de todo, acontecimientos, selectivos y efímeros, que nos hablan de las relaciones básicas entre un suceso y el sistema simbólico en el que se inserta. Pero, ¿cómo conceptualizamos los rumores? No son necesariamente ni verdaderos ni falsos, ni tenemos que caer en la tentación de asimilarlos al chisme puro y duro, donde la identidad del chismoso tiene un papel central. En los rumores, en cambio, las motivaciones personales de aquellos que intervienen en su difusión tienen un papel, hasta cierto punto, secundario. El rumor no tiene un sujeto individual; se transmite a través de la impersonalidad: “Se dice… se cuenta… me han dicho…” Es, por tanto, una forma de expresión del habla colectiva, que toma forma propia una vez que el rumor se pone en circulación. Cobra vida.
¿Cómo podemos observar los rumores al largo de la historia? ¿Podemos, por ejemplo, reconstruir los rumores que corrían por las siempre activas y cambiantes ciudades medievales y la forma en que lo hacían? En las líneas que siguen intentaremos acercarnos a este reto, a través del estudio de uno de los momentos claves en la rumorología catalana medieval: el reinado de Juan I. Un momento en el que los rumores sobre la suerte del rey, el Principado y sus colaboradores corrían por las principales ciudades de la Corona.
Y es que los años del reinado de Juan I fueron bastante agitados, principalmente por los cambios que se plantearon respecto a las líneas generales del reinado de su padre, con el que Juan I chocó ya durante sus años como infante. La postura respecto a Francia, la forma de configurar la corte o la manera de relacionarse con las élites ciudadanas cambió radicalmente en tan solo un puñado de años. Los afectados por el nuevo rumbo político de la Corona tenían, evidentemente, la impresión de que los cambios no eran para bien. Que detrás de las decisiones del monarca había un error. O mejor dicho, la maldad de algunos consejeros del rey, que se estaban aprovechando de su debilidad de carácter. Así, no nos debería extrañar que los rumores y las críticas alrededor del rey de sus consejeros fueran creciendo a lo largo de todo el reinado.
Las primeras críticas las podemos encontrar en el Noticiari de Joan Torralles, que recoge diversos comentarios sobre la vida política de Cataluña desde 1365 hasta principios del siglo XV, donde podemos leer, con motivo de la invasión de Cataluña que planeó el conde de Armagnac en el invierno de 1389: En l’any 1389 en el comensament del mes de nohembra, entraren moltes companyes en Rosselló, Cathalunya e en Empurdà, les quals hi féu intrar lo rey En Johan, ab consell de falsos conselés… No deja de resultar curioso que corriera un rumor que vinculara la invasión de tropas mercenarias del conde de Armagnac, que tenía la intención de destronar a Juan I como rey de Mallorca, con el rey mismo, del cual se dice que “las hizo entrar” en Cataluña. Esta sospecha sobre el rey y sus consejeros irá cogiendo forma a medida que pasen los años.
Así, durante la fallida expedición en socorro de la isla de Cerdeña que, eternamente proyectada y siempre retrasada una y otra vez, parecía estar a punto de ser una realidad a finales de 1393, volvieron a correr sin freno los rumores sobre la maldad de los consejeros reales. En realidad, la opinión pública de los distintos reinos y territorios de la Corona estaba entusiasmada con la perspectiva de la campaña militar en la isla, que iba a ser dirigida en persona por el rey. Recordaba poderosamente a las campañas que, cuarenta años antes, había llevado a cabo Pedro el Ceremonioso. Y de repente, cuando ya se habían recaudado buena parte de las ayudas económicas pactadas y se había gastado el dinero en preparar la expedición, ésta fue cancelada, sin motivos, por el rey. Los rumores sobre los porqués de esta decisión no tardaron en aparecer. Veamos, por ejemplo, lo que escribió Arnau de Torralles al respecto en su Noticiari:
Lo rey don Johan partí de Barchinona ab galeras e altras fustas, e ana-se’n a Port Fangós, donant fama que iria conquerir la illa de Sardenya, de què tota la terra era molt alegra, e li fou feta gran honor en Barchinona quant se recullí. Puys, com foren a dit Port, falsos consellés desconsellaren-li que no·y anàs: dix-se havia hagut bell colp de moneda de miçer Branque, e axí l’anada romàs que no se’n féu res, de què la terra fo molt descontenta.
En cuestión de semanas la euforia que acompañaba a las expectativas de una nueva empresa militar en el Mediterráneo se volvió, dolorosamente, en la aparente confirmación de una sospecha cada vez más comentada en todas las villas y ciudades: los consejeros del rey actuaban contra los intereses colectivos de los distintos reinos y se aprovechaban de su posición de poder. Otro punto clave en esta escalada de tensiones y distanciamiento entre los círculos de decisión de la Corona y los “creadores de opinión” de los distintos territorios lo encontramos en el verano de 1395, momento en el que le rey había decidido viajar a Mallorca a causa de la epidemia de peste que campaba por Cataluña y de la que se quería huir. Mateu Salzet, en su Cronicon, nos explica la actuación del rey y de sus oficiales en la isla:
Aprés que·l dit senyor rey ab la dita senyora reïna, ab les persones dessús dites, hagueren stat per alcuns dies en la ciutat de Mallorques, foren fetes moltes e diverses novitats en la dita ciutat, e opressions e forces a les gens, axí per rahó de posades que donaven a nobles, cavallers, ciutadans e altres gens, com per rahó de infinides coses que los officials del dit senyor demenaven contra hòmens de paratge, ciutadans, mercaders, notaris e manastrals, en tant que per ocasió de les dites coses que lo regiment de la terra romangués en mans d’aquells qui·l tenien, donaren los dits regirods al dit senyor, segons que·s dehia, cent mília florins d’or”
Mateu Salzet no será el único en retratar la situación que la visita real provocó en Mallorca. La crónica anónima de Juan I nos deja estas inquietantes líneas:
E aviat passà [el rei] en Mallorques, en tal punt que aquella illa mès en destrucció més que en augmentació, com li hagués més valgut per ben avenir d’aquella no·y fos passat.
La gran escalada en la rumorologia, en cualquier caso, se dará en los días finales del reinado. En aquellos días, si hacemos caso a lo dicho en la correspondencia cruzada entre los consejos de las principales ciudades de la Corona, los primeros meses de 1396 circulaban todo tipo de rumores sobre el estado de los reinos y los supuestos complots diseñados por el círculo más estrecho de los consejeros del rey. Así, el Consell de Cent de Barcelona no dudó en afirmar por escrito que:
Segons que aquesta ciutat és estada informada, dins la ciutat d’Avinyó és fama púbica que lo cruel enamich de Déu, e del senyor rey e vostre, Luqui Escarampo, lo qual a gran instancia de vostra senyoria poche temps ha aquesta ciutat reebé en ciutadà seu, ha novellament tractat e finat dins Vilanova, prop Avinyó, ab alguns capitans, que mil bacinets deuen entrar dins la terra del senyor rey, per tot lo mes de maig qui ve, per barrejar la terra e per consegüent per deseretar lo dit senyor […] ab voluntat e ordinació d’algunes persones qui són de vostre consell.
Como podéis ver, aquí encontramos la culminación de unos rumores (és fama pública) que empezaron a circular ya a finales de la década de 1380 y que tuvieron su recorrido y desarrollo durante todo el reinado de Juan I, hasta culminar en un proceso judicial contra los principales colaboradores del rey a la muerte de éste. Un proceso durante el cual este puñado de rumores inculpatorios que circularon durante años cristalizó en una acusación formal y en una sospecha velada de asesinato real.
No es este el momento de ver los – interesantísimos por otra parte – mecanismos de justificación que desplegaron en su defensa estos oficiales reales, si no de reflexionar sobre la potencialidad del rumor como síntoma y modo de reconstruir la situación política en un contexto histórico determinado. El rumor sobre la situación del rey y la maldad de sus consejeros daba una explicación, en la forma inofensiva de una información impersonal, que corría de boca en boca, a la multitud de cambios en la forma de gestionar la Corona que se estaban viviendo en aquellos años. No deja de ser sintomático que estos rumores se creen y circulen entre los sectores más perjudicados por el cambio de rumbo de la política real, por ejemplo entre las élites urbanas tradicionales que, desde tiempos del reinado de Jaime II y, muy especialmente durante las largas décadas de reinado de Pedro el Ceremonioso, habían establecido importantes ritmos de colaboración con la corte y el poder eral. O que estos rumores, en su desarrollo, supongan una crítica a la nueva forma de hacer las cosas respecto al pasado, ya fuera en el asunto de la defensa del territorio, sobre la estructura de la administración o alrededor de los asuntos mediterráneos.
Como podéis ver, por tanto, acercarnos a un fenómeno tan atípico como pueden ser los rumores nos abre una nueva vía de comprensión de aspectos tales como las tensiones políticas o la conflictividad social, que antes quizá estaban velados, y nos permite hacernos una idea, por ejemplo, del estado de ánimo de las élites urbanas de Barcelona y Valencia, o las críticas que circulaban sobre las actuaciones del rey de sus consejeros.
Nos permiten, en definitiva, hacer y escribir Historia.
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