El Concilio de Clermont

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Si cada uno de nosotros nos paráramos a hacer una lista de los acontecimientos clave para explicar la Edad Media, seguramente saldría un conjunto de listas largo y bien diferente; de eso no cabe duda. Pero tampoco cabe duda de un hecho a tener en cuenta: la predicación realizada en el Concilio de Clermont, el 27 de noviembre de 1095, por el papa Urbano II estaría sin duda entre los acontecimientos más repetidos. Y es que lo sucedido entonces supuso un acto comunicativo de masas que definió el rumbo de Europa durante generaciones. Estamos hablando, nada más y nada menos, que de la predicación que dio lugar a la Primera Cruzada y llevó, en apenas cuatro años, a la conquista de Jerusalén y la instauración en el Próximo Oriente de toda una serie de reinos y condados cristianos. Y, sobre todo, de la creación de una poderosa herramienta de movilización social y de justificación política.

Hablar de la predicación de Urbano II en Clermont es hablar de la génesis de las Cruzadas, aunque éste fuera un término ajeno al mundo medieval. En su lugar, en la época se hablaba más bien de iter, passagium generalem, Reise o, incluso, peregrinatio y los cruce signati eran aquellos que emprendían estos viajes a medio camino entre la expedición guerra y el servicio religioso bajo el amparo de la Cruz; eran los cruzados.

Predicación de Urbano II en Clermont - 1095 - Miniatura de 1474 - Passages d'outremer
Recreación del concilio de Clermont según una miniatura del Passages d’outremer, de 1474. Fuente: Wikimedia Commons

 

Aquellas intensas horas en Clermont y todo lo que sucedió a raíz de ellas ha cautivado a la cultura europea durante nueve siglos. Ya fueran vistas como una práctica más de la rancia nobleza del Antiguo Régimen, desde una exótica fascinación por el mundo oriental (durante el Romanticismo), como precursoras de la expansión colonial (durante la segunda mitad del XIX) o desde el punto de vista del rigor académico, a partir del siglo XX, lo cierto es que las Cruzadas, especialmente aquellas que tuvieron como teatro de operaciones Tierra Santa, han acompañado al imaginario europeo desde los años posteriores a Clermont. Una fascinación no exenta de peligro, como demostró el siglo XX y la apropiación política que del término hicieron distintos personajes, ya fuera el kaiser Guillermo II durante la Primera Guerra Mundial, el general Eisenhower durante la Segunda, el general Franco y sus amotinados después del fallido golpe de estado militar de 1936, o el gobierno americano durante las intervenciones en Iraq.

Sea como sea, las palabras pronunciadas por Urbano II en Clermont, el penúltimo día de concilio, ante un auditorio repleto formado a partes iguales por miembros de la jerarquía eclesiástica del centro y sur de Francia y nobles y caballeros de la región, tuvieron un impacto mediático inmediato. Hasta cierto punto podemos reconstruir las líneas generales de lo que se dijo aquel día aunque el texto íntegro del discurso no haya llegado hasta nosotros. Con todo, nunca sabremos las palabras exactas pronunciadas por Urbano II, aunque las seis fuentes que nos hablan de su predicación (el autor anónimo de la Gesta Francorum, Fulco de Chartres, Roberto el Monje, Baldric de Bourgueil, Guilberto de Nogent y una carta del propio Urbano II escrita algo después de Clermont) nos permiten reconstruir lo esencial del discurso.

Con toda la atención puesta en su persona, el penúltimo día de concilio Urbano II cautivó a su auditorio cristalizando una soberbia amalgama de conceptos que habían ido tomando forma en los años previos y cuyo éxito provocó un fenómeno sin precedentes. Aquel 27 de noviembre de 1095, al grito de Deus vult!, (¡Dios lo quiere!) centenares de guerreros rasgaron sus ropas y cosieron en ellas una cruz, jurando abandonar sus tierras y aceptar el desafío lanzado por el Papa de acudir a Oriente, bien para ayudar al Imperio Bizantino contra el avance selyúcida, como dejaron escrito algunos de los testigos de la época, bien para recuperar los Santos Lugares, como afirmaron otros.

Lo cierto es que, apenas cuatro años después, el mundo ya no era el mismo.

¿Cómo y cuándo se fraguó el argumentario de Urbano II? ¿Qué tenía de novedoso y qué de tradicional? ¿Cuáles fueron los intereses cruzados que dieron lugar a las Cruzadas? En las próximas semanas los iremos desgranando poco a poco, para así comprender mejor lo que, en aquel frío día de noviembre, se había puesto sobre la mesa.

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