Ese loco combate medieval

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Existe un consenso generalizado sobre cómo debe ser el combate con armas en la Edad Media. Quien más, quien menos tiene una opinión formada sobre la manera (las distintas maneras, de hecho) en que se combatía a lo largo y ancho del Medievo, ya fuera a pie o a caballo, a distancia o en combate cerrado, con hachas, alabardas, mayales o espadas. Pero lo cierto es que, aunque nos duela admitirlo (porque es una certeza que tenemos muy arraigada), el ciudadano medio sabe más bien poco sobre las formas de combatir en la Edad Media. ¿Por qué es esto así?

 

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Un señor haciendo de guerrero medieval (Braveheart, 1995)

 

Hasta no hace mucho, nuestra relación con las formas del combate medieval con armas – fuera de los círculos eruditos – se ha movido casi en exclusiva a través de los cánones que han marcado la literatura y el cine de acción y aventuras. Ya desde la publicación del Ivanhoe de Walter Scott (1819) las figuras del guerrero y del combate con armas se convirtieron en una de las señas de identidad de cualquier revival medievalizante. Ahora que hace apenas unas semanas que ha muerto Víctor Mora, cuesta no señalar el impacto que El Capitán Trueno y sus adláteres tuvieron en la imaginación de generaciones enteras de españoles. El intercambio de fieros espadazos entre bravos caballeros, las melés caóticas o el noble arte de la justa quedaron grabados a fuego en el imaginario colectivo de generaciones de lectores primero, de miríadas de espectadores después. Las superproducciones de Hollywood acabaron por fijar, esta vez en movimiento, la manera correcta de combatir cuerpo a cuerpo en la Edad Media, a caballo entre la bravura personal y el elogio fálico a quien blandía la espada más grande.

En el fondo, lo que subyace a estas visiones – excéntricas en cuanto al realismo pero centrales respecto a los círculos de consumo – es el convencimiento de que el combate “antiguo” se desarrolla en base a unos parámetros naturales. Al fin y al cabo, las películas nos demuestran una y otra vez que un intercambio de espadazos es igual en la Escocia del siglo XIII que en la Roma bajoimperial, en las arenas del desierto en tiempos de las Cruzadas o incluso, musculación aparte, en la agónica defensa de Las Termópilas. Cambian los disfraces, se mantiene la esencia. A lo sumo el canon admite la existencia de formas específicas de combate que escapan a ese totum revolutum genérico pero que, como el caso de la falange griega o la legión romana tienen más que ver con la idealización de las sociedades que las generaron que con la aceptación de que a lo largo de la Historia han existido siempre tácticas, estrategias y escuelas de combate distintas.

 

Orlando Bloom en el Reino de los Cielos (2005)
Otro señor haciendo de guerrero medieval, pero mirando sexy a cámara y con un aire inquietante a Alberto Garzón (El reino de los Cielos, 2005)

 

Afortunadamente para nosotros, desde hace algunas décadas han venido tomando cuerpo iniciativas de recuperación de las distintas formas históricas de combate. Al calor de la potente tradición del reenactment anglosajón – centrado en mayor parte en épocas donde ya primaba el combate con armas de fuego – son cada vez más los grupos de recreación histórica interesados en “lo medieval”, bien sea en la ampliación de conocimientos respecto de algún período histórico concreto, bien sea a través del estudio, reconstrucción y uso históricamente correcto de las distintas armas y formas de combate.

 

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Más señores – esta vez retocados por ordenador – haciendo de guerreros antiguos y seguramente muy enfadados con nosotros (300 (2006) )

 

Es en este contexto de renovación en el que ediciones como la realizada por Jeffrey L. Forgeng de El Arte de la Esgrima de Hans Lecküchner (The Boydell Press, 2015) cobran sentido. Nos acercan a aspectos del aprendizaje del combate en la Edad Media que consideramos, incluso, contraintuitivos. ¿Un libro para enseñar a luchar? ¿Pero no se aprende a combatir de manera natural? ¿Qué se supone que debemos encontrar en sus páginas?

Hans Lecküchner es un eslabón más de una temática de cierto éxito en el ámbito alemán de los siglos XIV y XV, la de los libros de combate (Fechtbücher, literalmente “libros de lucha”). Como el propio Forgeng nos señala en la introducción de su libro, existen diversas tradiciones de autoridad en el género, dando lugar a verdaderas familias de autores y comentadores, que podríamos considerar casi como escuelas. Así, en el siglo XIV contamos con el texto del maestro Johannes Liechtenauer, un verdadero compendio de combate con espada de mano y media, ya sea sin armadura, con armadura, a pie o a caballo y a principios del siglo XV el tratado de combate sin armas del maestro Ott.

En cuanto a Hans Lecküchner, que completó la primera versión de su tratado en 1478, dedica su esfuerzos a enseñar el combate con el langes Messer, un largo cuchillo a una mano, de un único filo, cercano a lo que en español denominamos bracamante y en inglés falchion, que se populariza en Europa entre los siglos XIII y XVI.

Para la edición del texto Forgeng opta por reproducir el manuscrito conservado en Munich (se conserva otro manuscrito en Heidelberg, de 1478), datado en 1482 y consistente en 216 folios ilustrados donde se muestra una representación gráfica de la ejecución de cada una de las técnicas que Lecküchner presenta para el langes Messer. Precisamente esta riqueza en ilustraciones es lo que hace atractivo el Fechtbuch de Lecküchner, ya que nos permite visualizar las posiciones de combate y – en esencia lo importante del asunto – reconstruir las formas del estilo de combate que presenta.

 

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Libro que nos ocupa, disponible aquí para su compra.

 

Aclarado el potencial del libro en este aspecto, conviene también detenerse en los puntos oscuros del mismo. En este sentido nos encontramos con dos problemas básicos, uno producto de Lecküchner y otro producto de Forgeng (y de las decisiones de su maquetador). Pese a la combinación de texto e imagen, algunas de las secuencias de combate descritas por Lecküchner se nos aparecen como poco claras. No es complicado saber por qué: la descripción de acciones físicas complejas en una o dos frases, por mucho que vayan acompañadas de una imagen, a veces se nos presenta como poco clara. No hay que olvidar que estos tratados de combate eran sólo una pieza del entrenamiento. No tenían, por sí solos, una finalidad autodidacta y, si bien son una pieza fundamental para la conservación de los estilos de combate, por el camino hemos perdido el otro elemento fundamental del aprendizaje de la esgrima en la época: el maestro. De ahí que en ocasiones las explicaciones de Lecküchner requieran un serio trabajo de esgrima antigua para tornarse coherentes. Eso nos lleva también a aspectos no planteados en la introducción del libro, como la verdadera circulación de estos manuales, su uso concreto, su coste o el peso que tenían en la formación bélica de la época, por citar sólo algunos interrogantes.

Por su parte, Forgeng, toma una serie de malas decisiones a la hora de editar el texto. Opta por mantener a relación folio manuscrito / página impresa que provoca una inquietante sensación de vacío físico. La mayor parte de las páginas del libro contienen apenas un puñado de líneas de texto y una imagen – he aquí la gran pega del libro – de un tamaño ínfimo. ¡Duele en el alma (y en el bolsillo) comprobar que en bastantes páginas el espacio en blanco desperdiciado es de mayor tamaño incluso que el de la imagen reproducida! ¿Tanto costaba ajustar correctamente el tamaño de las imágenes al de las páginas?

 

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Detalle del libro, para ilustrar nuestros comentarios sobre la maquetación. Para no desentonar, hemos realizado una foto feúcha

 

O será, quizás, que el autor (o el maquetador, o el editor de la colección, bien sabemos la tiranía de los tecnócratas en esta profesión), en una suerte de broma metarreferencial, nos deja amablemente tanto espacio en blanco para que podamos hacer nuestro el libro y anotar nuestras reflexiones y variantes en nuestro manual de esgrima particular.

Si fuera así, no nos queda más remedio que desempolvar nuestro langes Messer y empezar a practicar.

 

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P.D: Otra opción, como ya hemos comentado de pasada algunos párrafos más arriba, es bucear entre las ilustraciones del códice a través de éste enlace a la colección de miniaturas del manuscrito.

P.D.2: Publiqué la entrada originariamente en Studia Humanitatis el 5 de octubre de 2016.

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