Un día de furia – La Batalla de Eknomos

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Polibio dijo una vez que la Primera Guerra Púnica fue la mayor guerra a la que se había enfrentado jamás la  humanidad. Una afirmación así, viniendo de un testigo directo e informado siempre tiene el peso de la Historia de su parte. Aunque sospechemos un tanto de la subjetividad del implicado – que nunca está de más – lo cierto es que por primera vez se vivió un conflicto a gran escala en el Mediterráneo, de unas proporciones nunca vistas o recordadas hasta entonces. Incluso superó en duración (del 264 al 241 aC) a la mítica guerra de Troya, que se creía que se alargó durante diez años. Vamos, que la Primera Guerra Púnica fue algo así como una Primera Guerra Mundial que enfrentaba a dos modelos bien diferentes: el romano y el cartaginés. Dos modelos que chocaban en casi todo. Por ejemplo, en su papel en el Mediterráneo.

Hasta entonces las guerras habían sido algo que dirimir en tierra. Egipcios, asirios, hititas… todos ellos limaban sus diferencias con suelo firme bajo sus carros. Pero los nuevos tiempos exigían nuevas formas de combatir, como ya se había visto en Salamina hacía varias generaciones. El control del Mediterráneo y sus rutas comerciales hacía pivotar cada vez más las expectativas bélicas y el avance tecnológico hacia el perfeccionamiento de la navegación y el combate marítimo.

Situación del Mediterráneo Occidental a las puertas de la Primera Guerra Púnica – Fuente: Wikipedia

 

En este ámbito Cartago le llevaba la delantera a Roma de todas todas. La Roma anterior a la Primera Guerra Púnica apenas había conseguido su salida al mar años antes. La conquista de la Magna Grecia había llevado a Roma al Mediterráneo un poco por azar; por esos años la futura dueña del Mare Nostrum no tenía ni un asomo de algo a lo que podríamos llamar agenda política mediterránea. La conquista de Rhegion, la colonia griega situada justo en frente de la actual Mesina llevó a Roma a inmiscuirse de lleno en el avispero político que era por aquellos años la isla de Sicilia.

Cartago, en cambio, tenía clara su política mediterránea. No por nada había hecho del control de sus factorías repartidas por la costa del Mediterráneo Occidental su principal fuente de riqueza. Una riqueza que para mantenerse obligaba a estar al tanto de las cambiantes relaciones de poder en el Mediterráneo como, por ejemplo, las que llevaron al desencadenamiento de la Primera Guerra Púnica.

Explicar la compleja situación de Sicilia a inicios del siglo III aC daría para una entrada por sí misma. Baste retener un par de ideas: 1. Sicilia era una de las piezas claves del control marítimo del Mediterráneo, tanto por su posición como por su excelente producción de cereales, 2. La isla se encontraba dividida en dos áreas de influencia, la que oscilaba hacia el mundo griego y la que lo hacía hacia Cartago, 3. Si a esto le sumas compañías de mercenarios acampando por ahí a su aire, tiranías en decadencia y necesidades geoestratégicas de Roma y de Cartago el conflicto estaba más que servido.

Uno de los grandes misterios de la Primera Guerra Púnica  es el cómo fue capaz Roma de crear de la nada una flota lista para plantarse frente a la gran potencia naval del momento. Polibio nos cuenta cómo los romanos capturaron un quinquerreme cartaginés y lo usaron como modelo para construir sus embarcaciones. En total construyeron cien quinquerremes y veinte trirremes en tiempo record. Mal construidos y difíciles de maniobrar, pero barcos al fin y al cabo. Con unas tripulaciones que se vieron obligadas – también nos lo cuenta Polibio – a aprender a remar en tierra firme y que apenas conocían los rudimentos de la navegación, pero tripulaciones al fin y al cabo. Las primeras acciones de la flota romana fueron, como no podía ser de otra manera, un desastre total pero no por ello dejaron de querer intervenir en el Mediterráneo.

En el 256 aC tuvo lugar uno de los mayores enfrentamientos navales de la historia, la batalla de Eknomos, en la costa occidental de Sicilia. Según Polibio 230 embarcaciones romanas se enfrentaron a una flota cartaginesa de tamaño similar (¡anda que no le gustaba exagerar!). Eknomos será el escenario de un ejemplo clásico en el arte militar: ¿qué pasa cuando dos ejércitos chocan llevando a cabo estrategias bien diferentes? Veámoslo:

La flota romana, falta de la experiencia naval de su adversario,  hizo de la necesidad virtud. Gracias al corvus (inspirado en el korax griego), una suerte de rampa acabada en garfio con la cual se perforaba la cubierta de las naves enemigas, las naves romanas podían convertir una batalla en el mar en un sucedáneo de batalla terrestre. Con las rampas tendidas, los romanos podían hacer lo que mejor sabían hacer: combatir cuerpo a cuerpo parapetándose tras sus escudos. Para ello, la disposición de la flota romana en Eknomos adoptó una formación compacta, con apenas espacio entre barcos, quizá una plasmación sobre las olas de lo que hacían las legiones romanas en tierra. Frente a ellos, la flota cartaginesa seguía unos patrones totalmente distintos. Con barcos ligeros, rápidos y maniobrables, basaba su ataque en las relampagueantes embestidas de sus espolones, intentando romper las líneas de quinquerremes enemigos.

Esquema de un corvus romano – Fuente: Wikipedia

 

El resultado del choque de las flotas en Eknomos no fue el esperado. Los capitanes cartagineses no supieron reaccionar ante la solidez de la nueva forma de combatir de las naves romanas, basada en un esquema que funcionaba en tierra. Amílcar, el general de la flota cartaginesa, planteó una disposición clásica: una línea de naves más o menos dispersa, compuesta de tres escuadras, en las que las naves de los flancos envolvían la flota enemiga y atacaban su retaguardia. Frente a esto, la carga frontal de la flota romana, que precipitaba el choque hacía un combate cuerpo a cuerpo más que hacía el hundimiento de las naves, sorprendió. Frente al cabo Eknomos, Roma recibió su bautismo de fuego como potencia marítima.

Tras la victoria en Eknomos la flota romana ganó la confianza suficiente como para proseguir en su avance por la costa siciliana e, incluso, plantearse un desembarco cerca de la propia Cartago y acabar de decantar la guerra a su favor. Pero todo eso, otro día.

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