Presentación de “El teló de pedra”

    Hace algunos meses tuve la ocasión de presentar la obra de teatro “El teló de pedra” (El telón de piedra), ambientada en el contexto del descubrimiento de Altamira y de los orígenes del arte rupestre. Nada, cinco minutillos para dar una mínima explicación de lo que se iba a ver a continuación. Con todo, creo que el speech merece quedar por escrito, ya que el tema es interesante. Por ello, os transcribo aquí la versión en castellano del mismo. La versión catalana la podéis encontrar aquí.

    “Buenas noches. Soy Alberto Reche, asesor histórico de Teatre Blanc i Negre. Me gustaría, en primer lugar, agradeceros a todos vuestra presencia hoy aquí. Como bien sabéis, Teatre Blanc i Negre es una compañía que apuesta por ofrecer montajes con un claro contenido didáctico. Entendámosnos; no se trata, por ejemplo, de hacer teatro histórico porque sí sino de hacer teatro que trate problemas históricos de los que podamos aprender algunas cosas.

    La obra que veremos a continuación puede servirnos de muestra de esto que acabo de decir. La cultura europea se ha movido siempre en torno a dos coordenadas bien definidas: el tiempo y el espacio. Y ha querido explorar sus límites. ¿Es posible otro espacio? ¿Y otro tiempo? Los límites del espacio cayeron durante la Edad Media. La apertura hacia el Asia profunda durante el siglo XIII (de la cual contamos con un ejemplo fantástico, Marco Polo, que también sería un buen personaje para Blanc i Negre) y sobre todo el descubrimiento de América a finales del siglo XV hicieron tambalearse los esquemas mentales de los europeos de la época.

    ¿Cómo era posible que hubiera un “Nuevo Mundo”? Es decir, un mundo más allá del mundo. Un espacio desconocido, con reglas desconocidas. Imaginemos el golpe: culturas impensables, claro. Hombres y mujeres diferentes. Costumbres que parecían (y que de hecho eran) de otro mundo. Pero también plantas y animales imposibles, nuevos sabores y nuevos olores. Lo que hoy no dudaríamos en calificar de ciencia-ficción.

    Imagen de "los primeros homenajes del nuevo mundo a Colón" de José Garnelo y Alda
    Una visión decimonónica de la llegada al Nuevo Mundo

     

    Hay todavía otra ruptura importantísima en la cultura europea y es la caída de los límites del tiempo. ¿Es posible un tiempo más allá del tiempo? Todos tenemos en mente los cataclismos intelectuales que sufrió la biología en particular y las ciencias en general a mediados del siglo XIX. Sólo hay que pensar en Darwin y el proceso revolucionario que sus afirmaciones sobre la evolución de las especies produjeron. Pero también en los restos de dinosaurios y otros reptiles gigantes, como el Mosasaurio, el primer reptil prehistórico en ser descubierto, a finales del siglo XVIII, y en las pruebas cada vez más evidentes de un pasado remoto de la Tierra que aportaba la geología.

    Todos estos descubrimientos chocaban frontalmente con los límites del tiempo conocido. Según la interpretación bíblica predominante el mundo había sido creado el año 4004 aC. Por lo tanto, todos estos descubrimientos eran misiles no sólo contra la concepción más básica del tiempo si no contra el esqueleto de infalibilidad de las Sagradas Escrituras. Como podéis imaginar, la conmoción entre la “buena sociedad de la época” estaba garantizada..

    Es en este contexto en el que hemos de entender la historia del descubrimiento de las cuevas de Altamira y la persecución que hubo de sufrir su descubridor y primer investigador, Marcelino Sanz de Sautuola. La suya fue una historia de incomprensión académica. Se le acusó, incluso, de haber pintado él mismo las cuevas. Pocas voces se atrevieron a llegar tan lejos, es cierto, pero nos indican claramente la convulsión que provocaron sus afirmaciones. pero, ¿cuál era el motivo principal de tanta desconfianza hacia una de los descubrimientos arqueológicos más importantes de Europa? Ya lo hemos dicho; las pinturas que se podían ver en Altamira retrotraían a un pasado remoto. A un tiempo imposible donde unos hombres – y mujeres – imposibles hicieron unos dibujos imposibles. Una imposibilidad total que no podía ser aceptada del todo sin que muchas cosas se rompieran en el proceso. Esta conmoción social será uno de los ejes que podremos seguir en El telón de piedra.

    Réplica del techo de Altamira (Museo Arqueológico Nacional)
    Réplica del techo de Altamira (Museo Arqueológico Nacional)

     

    El otro nos llevará a intentar entender qué eran esas extrañas pinturas que llamamos arte paleolítico. De nuevo, el tema abre puertas y ventanas difíciles de cerrar. Durante más de cien años los especialistas han debatido agresivamente sobre el carácter de estas pinturas. ¿Eran arte? ¿Rituales mágicos? ¿Un mero catálogo de animales? ¿Una forma de aprendizaje? ¿Las muestras de una sociedad estratificada? El debate todavía está abierto. Pero en el fondo, la cuestión es bien bien otra. Nos encontramos, tal vez, con la primera expresión de aquello que nos hace humanos. Detrás de las pinturas hay intención, evidentemente. Pero por encima de eso hay percepción; hay pensamiento metafórico. Reseguir las formas de una cueva y ver, gracias al caprichoso juego de luces y sombras de su interior, la sombra de un bisonte. Dar forma a la roca para hacer surgir, como un espectro, una cara humana. Dejar la huella de la propia mano, como un símbolo de un “yo” semiconsciente. Plasmar, en definitiva, la consciencia de un “otro mundo”, de una trascendencia. No me extrañaría que la necesidad de pintar (que a veces no es ni pintar, si no extraer de la propia roca, como si ésta fuera un telón de piedra tras el cual se desarrollara un mundo no visible a simple vista) surgiera al tiempo que la capacidad de soñar y de recordar, como entre nieblas, un mundo que no es un mundo, en un tiempo que no es un tiempo.

    No se me ocurre, de hecho, forma más moderna de definir, en estos ya no tan primeros años del siglo XXI, los anhelos del ser humano.

    Buenas noches y muchas gracias por vuestra atención.

    Os dejo con El telón de piedra.”

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