El “mos teutonicus”, una costumbre de las que ya no quedan
Los tiempos cambian que da gusto y lo que ayer era aceptable hoy nos parece una barbaridad. Pasa continuamente en todos los ámbitos y seguro que se te vienen a la cabeza no uno ni dos ejemplos para esta máxima. Hoy vamos a hablar de uno de esos casos: el mos teutonicus, una práctica funeraria que tuvo su pequeño momento de gloria en la época de las Cruzadas.
¿Qué es el mos teutonicus? Pues ni más ni menos que una de las soluciones a las que se llegó para afrontar uno de los grandes problemas de las Cruzadas. Éstas no dejaban de ser expediciones militares a miles de kilómetros de casa, con todos los obstáculos e inconvenientes que esto generaba. ¿Qué hacer cuando uno se moría lejos del terruño familiar? El problema era importante, especialmente en un momento en que la nobleza europea veía en la conservación de su recuerdo tras la muerte (y por tanto de su cuerpo) uno de los elementos fundamentales de su identidad. Linaje, recuerdos familiares y representaciones funerarias formaban una combinación de factores que chocaba con el hecho de morir lejos de casa. ¿Qué hacer? Los cruzados alemanes lo tenían muy claro y de ahí nace lo que ya en la época se conocía como el mos teutonicus, es decir, lo que acostumbraban a hacer los cruzados alemanes con sus cadáveres.
El mos teutonicus solucionaba el grave problema del transporte de los muertos de vuelta a casa. Consistía en retirar las entrañas y desmembrar el cuerpo. Luego, las distintas partes se hervían en agua o vino durante horas; así la carne se separaba del hueso y se conseguía un esqueleto limpio, limpísimo, listo para el transporte. Las “sobras” – carne hervida y vísceras – se enterraban en el mismo lugar del proceso mientras que los huesos, una vez limpios, ya estaban preparados para ser llevados en una caja. Allí se enterrarían con todos los honores y según las costumbres locales.
La práctica del mos teutonicus tuvo una larga fortuna entre los cruzados. Fue aplicado, incluso, en 1270 al cadáver de San Luís, rey de Francia, tras su muerte en Túnez, en ese desastre continuo que fue la octava cruzada. Vamos, que era una forma de hacer perfectamente integrada dentro de los esquemas mentales de la época, al menos entre los caballeros que recorrían medio mundo conocido para irse a morir donde no tocaba.
La cosa no tardaría en cambiar. En 1299 y 1300 el papa Bonifacio VIII decidió condenar el uso del mos teutonicus, calificándolo de mos horribilis y práctica truculenta. ¿La razón? El cuerpo del creyente debía conservarse entero, en vistas a su resurrección el día del Juicio Final. Si no, ¡menudo problema! ¡Resucitar para descubrir que tus amigos y compañeros de armas te cortaron en pedazos y te hirvieron para meterte en una cajita! El problema de qué hacer con el mos teutonicus y prácticas similares se insertaba en un debate más amplio que sacudió aquellos años a los pensadores de la Iglesia. Tenía que ver, entre otras cosas, también con el papel de las reliquias y con el tratamiento de los santos. Siguiendo la lógica que llevaba a Roma a condenar el uso del mos teutonicus, si había partes del cuerpo de ciertos santos que se veneraban por toda la Cristiandad, era obvio que se mascaba la tragedia cuando llegara la resurrección de los cuerpos.
El caso del mos teutonicus nos permite ver como las estrategias de la nobleza y la Iglesia no siempre eran (¡difícilmente eran!) convergentes. Con sus prohibiciones y condenas, el Papado pretendía imponerse como el referente ideológico de una nobleza que seguía sus propias reglas y tenía sus propias formas de hacer, es decir, una identidad propia. Las prohibiciones eclesiásticas sobre el mos teutonicus surtieron efecto, aunque no consiguieron eliminar la práctica completamente. Durante los siglos XIV y XV nos encontramos, de vez en cuando, con algunos casos de mos teutonicus. Por ejemplo en las distintas campañas inglesas en Francia, durante la Guerra de los Cien Años, donde encontramos entre otros casos como los de Eduardo de York, Michael de la Pole, conde de Suffolk, Enrique V, William Glasdale o John Fastolfe, que nos hacen ver que la práctica ni mucho menos había desaparecido completamente, pese a las condenas de la Iglesia.
Hace unos días he publicado un artículo (podéis consultarlo en mi perfil de Academia) en el que identifico un posible caso de mos teutonicus catalán en 1352 y aprovecho para hacer un par de reflexiones rápidas sobre el tema. Si os ha picado la curiosidad y queréis leer más, ahí tenéis algo de información extra.
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