La Antigüedad Tardía, el patito feo de las épocas históricas
Cuando Peter Brown publicó en 1971 The World of Late Antiquity pocos podían imaginar el impacto que el librito tendría en las décadas posteriores. Y las resistencias, todo sea dicho, porque alguno que otro llegó incluso a explicar a sus alumnos que Peter Brown no existía y que sus tesis eran sólo una invención, aunque argumentos así tuvieron ciertamente poco recorrido.
Sea como sea, la anécdota ilustra muy bien las reticencias que despertaron Peter Brown y El mundo de la Antigüedad Tardía en parte – en una muy pequeña, todo sea dicho – del mundo académico. Y es que no era para menos: el bueno de Brown derrumbaba de un plumazo buena parte de los tópicos sobre el final de la Antigüedad y el principio de la Edad Media y se sacaba de la manga un nuevo periodo histórico: la Antigüedad Tardía, que brillaba con luz propia.
Hasta Brown (con la excepción quizá de Henri Pirenne en su Mahoma y Carlomagno, del que ya hablaremos) la postura imperante sobre el Bajo Imperio romano y los reinos bárbaros fue la impuesta por Edward Gibbon en su monumental Historia de la decadencia y caída del Imperio romano. Una visión que, junto al marxismo histórico, había configurado un lapso de tiempo (el que iba del siglo III al siglo VIII) en el que poco bonito había por decir. Una época – según Gibbon – de “barbarie y religión”, de “esclavos y crisis” según la intelligentzia marxista. Un período oscuro y decadente.
Y entonces llegó Brown y reivindicó la grandeza de la época. De las mutaciones políticas, la efervescencia religiosa, las pasiones desatadas en el arte, el espíritu vital de los hombres y mujeres que se enfrentaron a la descomposición del mundo clásico y vibraban al ritmo de la construcción de nuevos horizontes. Del exotismo del imperio sasánida y el esplendor de la figuras de Cosroes II y el emperador bizantino Heraclio, dos gigantes de su tiempo enzarzados en una trágica lucha que tendría un ganador inesperado. Y ya nada fue lo mismo.
A ese período fascinante Brown le llamó Antigüedad Tardía, una época que no era ya ni la Antigüedad clásica en vías de extinción ni el mundo todavía por llegar de la Alta Edad Medía. Al reivindicar un nombre, la Antigüedad Tardía aparecía por fin como lo que era, una época con sus propias dinámicas, problemas y soluciones, entendible por sí misma, sin el menosprecio de ser considerada la versión decadente de algo.
Y ya nada volvió a ser lo mismo.
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